He plantado una rara semilla de Rosa magnética en este vergel en la nube con el fin de crear un lugar de encuentro para algunos de mis relatos y quimeras. Si te pica la curiosidad, aquí encontrarás alguna que otra muestra de mi trabajo como escritor. Te brindo la oportunidad de disfrutar con total libertad del color de mis ensueños, y firmar con un comentario si descubres algo de tu agrado.

martes, noviembre 23, 2010

CAFÉ CON LECHE


Amigo mío, ya no me cabe la menor duda: esa chica es la mujer de mi vida. No me preguntes cómo lo sé, pero estoy convencido de que no me equivoco. Es algo instintivo. Incluso sería capaz de poner la mano en el fuego y gritarlo a los cuatro vientos:
    -¡Esa chica es la mujer de mi vida!
    Tan sólo existe un pequeño problema...
    ...y es que aun ignoro cómo se llama «esa chica.»
    De acuerdo, lo admito, en realidad la conozco algo menos de lo que me gustaría. Pero dime, ¿nunca has tenido esa sensación tan peculiar? Sí claro, ya sabes a cual me refiero, cuando estás junto a alguien y el tiempo parece detenerse. Pues bien, desde que la vi por primera vez a mi me ocurre constantemente. Todo mi universo se vuelve de color de rosa, y un agradable cosquilleo me recorre la espalda. En ocasiones incluso he llegado a pensar que es como si nos conociéramos de siempre, o como si hubiéramos compartido algo muy importante en otra vida.
    Quién sabe, tal vez sólo me esté volviendo loco... Además, no entiendo porqué le doy tanta importancia a un asunto de aspecto tan esotérico; jamás he creído en otras vidas, tampoco en el destino. En cambio, ahora tengo la sensación de que sería capaz de jurar ante el mismísimo infinito que esa chica es la mujer de mi vida...
    Sólo que ella aun no lo sabe.
    Hace ya algunos meses que nos vemos. Nos encontramos regularmente en una acogedora cafetería de la plaza mayor, a eso de las cuatro de la tarde. Creo que el local se llama Lucero, o Leucocito, no estoy muy seguro. Como comprenderás, nunca me he fijado con detenimiento en el rótulo que hay sobre la entrada. Tampoco creo que sea importante. Me basta con saber que el café que preparan allí es sublime. Me reconforta tomar una taza caliente después de clase, especialmente en esta época del año, cuando sopla viento polar.
    Bueno, a lo que iba: todo comenzó el mes de Octubre. La primera vez que entré, la vi. Y ella también a mí. Fue algo muy extraño pues, en el mismo instante en el cual nuestras miradas se cruzaron, mi corazón dio un brinco de alegría y el resto de mi cuerpo comenzó a temblar como si hubiera cabalgado durante horas sobre un toro mecánico. ¡Madre mía! ¡Pensé que iba a desfallecer! Ignoraba lo que suponía estar enamorado, pero el vello de la nuca erizado, el agradable cosquilleo en la espalda y las mejillas sonrosadas que pude ver reflejadas en la pantalla de mi teléfono móvil me dieron una pista sobre lo que me sucedía.
    «¡Uf, al menos no he agarrado la gripe! -suspiré aliviado, ignorando que en realidad había pescado la peor enfermedad conocida por el hombre, pues ninguna otra causa tantas nauseas, temblores y, en ocasiones fracturas de corazón, como el amor.»
    -Hola, buenas tardes -dijo ella muy cortésmente, con un tono de voz tan dulce que estuve a punto de derretirme como un cucurucho de helado.
    Y, tras un breve periodo de aturdimiento, yo alcancé a balbucear:
    -En-en-encantado...
    ¡Qué ridiculez! Aun hoy me despierto por la noche bañado en sudor recordando aquella metedura de pata. Seguro que pensó que era un pobre idiota. Para mi alivio, la triste realidad es que esa chica se limitó a ignorarme. ¡Hay que ver, cualquiera diría que ya me conocía!
    No obstante, desde aquel lejano día de Octubre han cambiado muchas cosas entre nosotros. Después de cuatro meses ya casi hemos logrado romper el hielo. Ahora apenas dudo a la hora de tomar asiento frente a ella. De vez en cuando incluso nos intercambiamos miradas fugaces. También me he convertido en un chico decidido. Incluso me atrevería a decir que soy más varonil. Por ejemplo, ayer mismo sin ir más lejos, entré en el local en plan atrevido, me senté frente a ella y, mirándola a sus bonitos ojos color café, le dije sin andarme con rodeos:
    -Rápido, un descafeinado para llevar, por favor.
    ¡Y qué bien me sentí después, de verdad!
    Pero, ¿a qué viene ahora esa cara de sorpresa? ¡Ah claro!, es que aun no te lo he explicado cómo debe ser... Verás, esa chica es la camarera del local. Trabaja de Lunes a Viernes a partir de las tres y media de la tarde, aunque por lo que he podido apreciar no es muy puntual. Lleva un precioso delantal verde, se recoge el cabello con una goma y, en ocasiones, cuando cree que nadie se fija en ella, se lleva un diminuto caramelo de limón a la boca. Atrás han quedado esos días en los que sentía celos del dichoso dulce amarillo... Ahora comprendo que, si sus carnosos labios lo degustan de esa manera tan sensual, es sin duda porque su dulce sabor cítrico le recuerda a mí.
    ¡Pero oye, no vayas a pensar que soy un tipo raro, de esos que acuden día sí y día también a una cafetería sólo por el morbo de estar cerca de una chica guapa! ¡Ni mucho menos! En ocasiones, cuando no lleva esa minifalda que tanto la favorece, también me dedico a leer.
    Hoy es uno de esos días. El problema es que me he dejado el libro en alguna parte, e ignoro dónde. Incluso es posible que, gracias a mí, ahora mismo algún usuario del metro esté descubriendo cómo el capitán Ahab lucha contra la temible ballena blanca. Por tanto, en lugar de quedarme mirando a las musarañas -o deleitarme con las llamativas curvas de sus muslos-, me he puesto a pensar. Aunque dudo que la palabra correcta sea pensar. Más bien libero el ancla que mantiene a mi razón próxima a la realidad, permitiéndole vagar a sus anchas sólo por el morbo de ver a dónde me conduce. Y hoy, como ya tiene por costumbre, me ha llevado directo a ella...
    ¡Es tan hermosa!
    «¿Cómo se llamará? -me pregunto a menudo con tono soñador-. ¿Olivia, Andrea, o Victoria tal vez?» ¡Ay, amigo mío! ¡Ni te imaginas lo que daría por conocer su nombre! Pero resulta que en el fondo soy un maldito cobarde. Nunca he tenido el valor de preguntárselo.
    Rayos, la verdad es que si te paras a pensarlo doy bastante grima. Jamás he tenido ni un ápice de valentía. Y todo se debe a que, cuando aun tenía la altura de un arbusto, Helena, una niña del barrio algo mayor que yo, me pegó en la cabeza con una barra de pan y me robó mi amado oso de peluche. Lloré y lloré, y todos los niños se rieron de mí. Desde aquel entonces me convertí en un inútil. La muy boba no sólo robó un inanimado oso de peluche, sino que también se llevó, y sin saberlo, mi valor. ¿Verdad que muchas veces las personas pueden causar gran dolor sin darse cuenta? Y en ese despiadado arte los niños son los maestros absolutos...
    ¡Jo! ¿Pero qué tonterías te estoy contando? ¡Ni siquiera viene al caso! Además, resulta que aquella triste anécdota se convirtió en mi primer recuerdo, e ignoro lo que era de mí antes de aquel suceso... Quién sabe, a lo mejor ya era un fracasado antes de que Helena me robara a Txokapik, lo cual -pienso ahora- explicaría porqué lo hizo.
    No, si hasta va a resultar que mi madre tiene razón. Ya no me queda más remedio que reconocerlo: ¡Atención amigos, soy PA-TÉ-TI-CO!
    Seguro que Susana se ha dado cuenta. No me preguntes cómo, pero de algún modo las mujeres siempre se percatan de ese tipo de cosas. Deben de tener un sexto sentido, un olfato ultrasensible o algo semejante. Es lo que les impide salir con tipos como yo. Además, explicaría porqué me trata como si en realidad no estuviera aquí sentado un día tras otro, cortejándola. Apuesto a que sabe que soy un perdedor aun sin necesidad de hablar conmigo.
    Perdón, ¿cómo dices? ¿Qué quién se supone que es esa tal Susana? No puedo creer que aun no te hayas dado cuenta.. ¡Susana es ella, esa chica! ¡La camarera del local!
    ¡Susana es la mujer de mi vida!
    No no, no es que acabe de averiguar su nombre -¡Uf! ¡Ya me gustaría!-. Más bien podría decirse que lo he deducido tras un complicado método científico.
    Llámame loco, chalado o lo que tu prefieras, pero hace unos días imaginé que se ofendería si me oía tratarla de «esa chica», de modo que en lugar de atreverme a preguntarle el nombre -ya he dejado claro que soy un patético cobarde, no creo que sea necesario volverlo a mencionar-, decidí que era momento de ponerle uno bonito.
    Lo cierto es que pasé algún tiempo cavilando cual podría ser el ideal... Ninguno estaba a la altura de la hermosura de su rostro. Pero un día, mientras esperaba en el despacho de mi profesor de Química en la universidad, dí con un libro estupendo:
    -¿Mmm, qué es esto? ¿«El carácter propio de los Nombres»? -leí intrigado.
    Y no hace falta decir que me apresuré a ojearlo.
    Supuse que la mujer de mi profesor estaría embarazada, de otro modo no entiendo qué interés podía ver un hombre tan falto de imaginación en un libro semejante. Pero esa no es la cuestión. Lo verdaderamente importante es que el libro era (a falta de una palabra mejor) soberbio. No sólo porque contenía un centenar de nombres, sino porque junto a ellos detallaba el carácter de las personas que los portan. Por ejemplo, supe que Mario era un nombre de origen latino, que su significado era varonil, y que por término medio los Mario suelen ser personas directas, intuitivas y francas a las cuales les gusta dominar las situaciones que se les presenta el día a día. Me hizo mucha gracia, porque una vez conocí a un tipo insoportable llamado así, y la descripción dada le iba como anillo al dedo.
    Ojeé el libro un poco más. Estaba repleto de curiosidades. Temí buscar mi nombre por si junto a él aparecían escritas las palabras: «cobarde» y: «descerebrado». Pero lo curioso fue que, mientras las yemas de mis dedos manipulaban las páginas del libro, un extraño cosquilleo fue recorriendo mi espalda. Fue como si una mano envenenada pretendiera enhebrar varios hilos por unas argollas invisibles encadenadas a mi persona con el propósito de manejarme cual marioneta poseída. ¿A que da miedo?
    "¡Llévatelo! -resonó por un segundo en mi mente".
    Resultó una idea fugaz, un pensamiento al cual no hubiera prestado atención en otras circunstancias. Pero amigo mío, estoy enamorado. Si jamás te has quedado prendado de nadie sin duda ignoras lo que alguien afectado por este mal es capaz de hacer... El primer órgano que altera es al corazón, pero sólo es cuestión de tiempo que se extienda hacia lugares como el estomago o incluso la cabeza. He sabido de casos en los que individuos enamorados pierden por completo su identidad. Tipos inteligentes se dan cuenta de que un único pensamiento copa su anterior intelecto, y los hay que hasta se comportan como auténticos descerebrados. Naturalmente yo, que jamás he sido muy espabilado, iba camino de convertirme en uno de los últimos.
    Creo recordar que le dije algo a mi profesor de Química, sin duda con la intención de distraerlo. Y, mientras este miraba hacia otro lado...
    Sí, amigo mío, ¡me lo llevé!
    Hay que ver, para cuando logré darme cuenta de lo que había hecho ya daba largas zancadas sobre los jardines del campus, con el libro oculto bajo la chaqueta. Casi parecía que acababa de rescatar los documentos secretos de la llegada a la Luna de una terrible conspiración. ¡Qué locura! Ignoro qué me impulsó a actuar de tal modo, pero así fue cómo sucedió, palabra. Apuesto a que cuando mi profesor de Química se entere de que fui yo el descarado ladrón no me permitirá volver a poner un pie en su clase -y te parecerá raro, pero casi deseo que eso ocurra.
    Cómo iba diciendo, corrí tanto como pude. No me sentí seguro hasta que estuve al otro lado de la verja y me detuve junto al parque de la fuente, jadeando. He de confesarte que soy veloz como una bala -lo que en más de una ocasión me ha librado de los airados puños de algún compañero rabioso-, pero por otro lado me canso más rápido que mi octogenaria abuela. Además, no me rompí la crisma de milagro, porque ya estamos en Febrero y las heladas son de lo más frecuentes.
    En cuanto recobré el aliento, me saqué el libro de debajo de la chaqueta y comencé a ojearlo a una velocidad endiablada. Pero lo hice en secreto, intentando que nadie supiera qué era aquello que manipulaba entre mis dedos. No entiendo porqué me daba tanto apuro; a fin de cuentas sólo era un libro. Supongo que me sentía como un acosador, un vulgar entrometido violando la intimidad de aquella pobre chica -pensamiento que, por cierto, me causa un severo repelús.
    Pero no me detuve. Estaba como hipnotizado. Jamás en mi vida me había sucedido nada ni remotamente parecido. Buscaba el nombre de mi preciosa camarera entre las páginas del libro como si fuera a estar escrito con letras luminosas o algo semejante, ¿no te parece ridículo?
    Pues bien amigo, lo creas o no, hallé algo parecido. Sólo que no era un nombre escrito con luces de neón parpadeantes, no... Lo que en realidad llamó mi atención fue una curiosísima mancha de café. Nunca vi cosa igual. Asemejaba una flecha que claramente señalaba un nombre en concreto, uno femenino. Casi parece un chiste que yo, incrédulo hasta la saciedad, acabase interpretando una mancha de café como alguna clase de «señal.»
    -Susana... -susurré asombrado, y rápidamente dirigí la vista hacia el texto que se encontraba debajo-. Significado: bella como la azucena. Susana es una mujer emotiva, sensible y capaz de hacer cualquier cosa por los demás. Disfruta de las cosas simples de la vida y, además, es creativa e independiente. En lo que concierne a temas de amor -continué leyendo, y de pronto sentí que algo brincó en el interior de mi pecho. Se me aceleraron las pulsaciones, y juraría que hasta se me tiñeron las orejas de rojo fuego-, necesita a alguien con quien compartir sus ideales.
    En aquel momento cerré el libro y me quedé mirando al vacío.
    -Su-sa-na... -repetí hipnotizado.
    «Emotiva... Sensible... -resonaba con fuerza en el interior de mi cabeza, como si acabaran de gritarme aquellas palabras al oído y el eco aun continuara rebotando con estrépito contra las paredes de mi cráneo-. Bella como la azucena... con ideales... ¡Y necesita a alguien
    -¡YO SOY ALGUIEN! -exclamé en alto.
    Ya no me cabía la menor duda: ¡ella era esa chica! O, mejor dicho, Susana iba a ser la afortunada que pasaría a mi lado el resto de nuestras vidas.

Supongo que pensarás que, en aquel momento, parecía un poco obsesionado. Y tal vez hasta te de la razón. Pero no me importa, ¿y sabes por qué? Porque ahora tengo la suerte de estar aquí, sentado un día más ante mi atractiva camarera, y tú no.
    Sé de muchos que me dirían que alguien en mi situación, que el único modo que han tenido de conocer a una dulce muchacha ha sido sentándose durante varias horas al día ante una taza de café para observarla en secreto en su lugar de trabajo no puede saber nada digno de ella, o de su verdadero carácter. Pues todos esos escépticos van a permitirme que les lleve la contraria... Al igual que Sherlock Holmes en su aventura: «El carbunclo azul», que fue capaz de describir con asombrosa exactitud a un caballero fijándose únicamente en el estado de su sombrero, yo he ido descifrando todos los misterios que conciernen a esa chica mediante una meticulosa observación. Por ejemplo, sé que su color favorito es el amarillo brillante -y seguro que tiene algo que ver con su afición por los caramelos de limón. También he podido apreciar con cierto desagrado que le atraen los hombres altos, rubios y de ojos verdes. Cada vez que un tipo que encaja con la descripción pasa frente al escaparate, ella se queda mirándolo con cara de haber visto un ángel. Claro que, pensándolo bien, eso es algo que hubiera preferido no averiguar (especialmente cuando mi descripción física podría definirse como: «viceversa a todo lo mencionado.»)
    Hace una temporada, en un desesperado intento porque se fijara en mí, me arriesgué a teñirme el pelo y vestir una camisa tan amarilla que hasta hacía daño a la vista. Pero no resultó cómo yo esperaba. ¡Ni me miró! En su lugar, un repelente grupo de quinceañeras decidieron olvidarse de sus teléfonos móviles por un rato y dedicarse a cuchichear sobre mi ridículo aspecto... Creo recordar que sus detestables risitas perduraron hasta que me marché (aunque los oídos continuaron pitándome durante varias horas más). Aun intento averiguar dónde estuvo el fallo.
    ¡AH! ¡Ya no lo soporto más! Estoy cansado de venir cada tarde y no lograr nada... Harto de mirarla y, aun así, no poder entablar una mínima conversación con ella. ¿Puedes creer que las frases más parecidas a una conversación que he oído de su boca dirigidas a mi han sido: «¡Eh, que te vas sin pagar!», o también: «Chico, llevas la farmacia abierta.»?
    ¡Y YA NO LO SOPORTO!
    En algún momento tendré que decidirme a decirle algo bonito, ¿no? Dudo que sea tan difícil; a fin de cuentas, el mundo entero está lleno de parejas, ¡y de algún modo habrán tenido que juntarse! Pero... ¿y si ella no siente lo mismo por mí? ¿Y si me desprecia? O, incluso: ¿Y si mi sola presencia le provoca el vómito? No no, me parece a mí que eso ya es ir demasiado lejos. De algo semejante me hubiera percatado..., ¿verdad?
    Ahora que lo pienso, puede suceder algo infinitamente peor, algo tan horrible que ni siquiera me había parado a meditarlo. Ay, madre mía, me tiemblan las rodillas sólo de imaginarlo. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¿Y si...? ¿Y si...?
    ¿Y si también está enamorada de mí?
    No tengo la menor idea de lo que haría entonces. Sería mi fin. Jamás he tenido novia, y cada vez que uno de mis amigos conseguía una, por una u otra razón sus enamoradas acababan por rogarles que dejaran de verse conmigo. Supongo que, con Susana a mi lado, todo mi mundo se pondría del revés. Incluso es probable que tuviera que comenzar a pensar en cosas de pareja (paseos en barca, salidas al cine, y puede que también excursiones a la montaña ¡con la de polen que hay en esta época del año!). Y quién sabe, hasta es posible que, con el tiempo, yo también me viera forzado a dejar de ver a mis amigos. Por suerte no tengo muchos.
    Por otro lado, venir a la cafetería todas las tardes dejaría de ser una excitante aventura. Hasta es posible que se convirtiera en una obligación. Luego llegarían los abrazos, y no mucho más tarde los besos. Contra eso he de reconocer que no tengo nada. Si hay algo que deseo con fervor es que Susana me aplaste con cariño entre sus suculentos senos.
    Pero, ¿cuánto tiempo duraría nuestra felicidad? He leído suficientes novelas sobre el tema cómo para saber que sólo es cuestión de tiempo que tuviéramos nuestra primera discusión. Es inevitable. Susana diría que prefiere la pizza con aceitunas, ir a la montaña en vacaciones y pintar nuestro coche de amarillo, y yo diría que de eso ni hablar. Y entonces ¡plas!, antes de darme cuenta, ella, enfurecida, me habría arreado una tremenda bofetada. En consecuencia yo caería de rodillas al suelo, con mi mundo hecho añicos. ¿Estoy realmente preparado para eso?
    El morbo de venir cada tarde a la cafetería para observarla es alucinante, no te puedes hacer ni idea. En ocasiones, cuando regreso a casa después de haber pasado un par de horas en compañía de mi encantadora camarera, me dejo caer sobre la cama, cierro los ojos, y consigo evocar su imagen en la mente con tantísima perfección que puedo ir a dar un baile con ella a los parques Elíseos, o llevarla a alguna desierta playa paradisíaca (y no es difícil darse cuenta de qué actividades tenemos una vez allí, ¿verdad?). No obstante, comienzo a dudar de que, en la vida real, nuestra relación fuera tan perfecta. En las películas de Hollywood todo siempre es muy sencillo, pero hace tiempo descubrí que la vida no suele depararme finales felices. Fíjate, llevamos viéndonos cuatro meses y aun no he podido ni decirle algo que no tuviera que ver con mi café con leche.
    Por otro lado, también es verdad que no hay situación que no pueda ser superada. Seguro que si le echo un par de narices al asunto, y me declaro, consigo salir con ella. Es lo que he estado deseando durante todo este tiempo. Pero, ahora que me he parado a pensarlo, tal vez no sea una idea tan fantástica...
    Amigo mío, una relación con Susana cambiaría mi vida de una manera que no puedo ni imaginar, y hasta es posible que ella acabe enamorándose de mí y yo, por el contrario, descubriendo en nuestra primera cita que no me gusta tanto como creía.
    ¿Qué haría entonces?
    ¡Maldita sean mis dudas! ¿Cómo puede ser que no me haya parado a pensar antes en ninguna de esas tonterías? ¡No me lo puedo creer!
    Una vez más, otra de tantas, mi relación con una muchacha ha fracasado antes siquiera de comenzar. Dichoso sea yo... ¿A cuantas cafeterías tendré que acudir para conseguir  una novia interesante? ¿Se supone que mi destino es el de no conocer nunca el amor?
    Pensándolo bien, tal vez sólo tenga que cambiar mi estrategia. Hay muchas bebidas a parte de el café. Además, dejaría de tener problemas con el sueño. Y quién sabe, puede que mi pareja ideal esté esperándome detrás de algún otro mostrador. Puede que sea el momento de probar suerte en alguna pastelería. Al menos, si fracaso, me llevaré un buen sabor de boca.
    De momento debería ir pensando en una disculpa para mi querida camarera. Después de tanto tiempo viniendo a visitarla seguro que, si desaparezco de repente, la pobre me echa en falta. Pero nuestro amor no es tan perfecto como nosotros creíamos. Además, Susana es una chica entre un millón, y seguro que, con el tiempo, encuentra a alguien mejor que yo.
    Amigo mío, ya no me cabe la menor duda: esa chica es la mujer de mi vida. No me preguntes cómo lo se, pero estoy convencido de que no me equivoco. Es algo instintivo. Incluso sería capaz de poner la mano en el fuego y gritarlo a los cuatro vientos:
    -¡Esa chica es la mujer de mi vida!
    Tan sólo existe un pequeño problema...
    ...y es que no estamos hechos el uno para el otro.



¿Te ha gustado? Agradecemelo con un comentario :)

0 comentarios:

Publicar un comentario