He plantado una rara semilla de Rosa magnética en este vergel en la nube con el fin de crear un lugar de encuentro para algunos de mis relatos y quimeras. Si te pica la curiosidad, aquí encontrarás alguna que otra muestra de mi trabajo como escritor. Te brindo la oportunidad de disfrutar con total libertad del color de mis ensueños, y firmar con un comentario si descubres algo de tu agrado.

viernes, noviembre 26, 2010

RÉQUIEM POR UNA DECENA


Exactamente veinte años después de su indeseada cita fortuita con el Renault del 83 en su propio dormitorio, Joel se agazapó sobre una franja de césped.
    Le andaban pisando los talones. Afortunadamente había encontrado el lugar perfecto para ocultarse: la cripta. Pero debía tener cuidado si no deseaba perturbar el descanso eterno de aquellos fallecidos. Por lo general, los nobles no levantaban cabeza de muy buen humor; habían ganado demasiadas victorias montados sobre sus beligerantes corceles negros cómo para permitirse ser importunados por un simple difunto. Por suerte, hacía una oscura mañana plomiza y húmeda, y una espesa neblina se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Si se las apañaba bien pasaría totalmente inadvertido.
    "¡Perfecto! —pensó."
    Joel se apresuró pues a esconderse tras el cuerpo de un árbol fosilizado, cuyas ramas muertas proyectaban una tenue sobra gris sobre la bruma. Y, cuando aquellas criaturas se aproximaron, no dudó en tirarse a la hierba, ennegrecida a causa de los siglos asemejando pequeñas tiras de hollín, donde permaneció inmóvil. Como una roca. Ni siquiera se inmutó cuando, a su lado, una rana dio un áspero croar que, por el contrario, si alertó a sus perseguidores.
    —¡Ah! Qué susto. Sólo es un sapo.
    —¿A dónde habrá ido Joel? —preguntó uno.
    —Ni idea. Creo que en dirección a la cripta.
    —¿A la cripta? ¿Estás seguro?
    Joel se estremeció. ¿Le habrían descubierto?    

   —No, ahora que lo dices no estoy seguro. Por eso habré dicho creo —continuó diciendo la otra criatura, tras rascarse el mentón de manera estúpida.
    —¿Y si no estás seguro por qué lo crees?
    —¿Y cómo quieres que lo sepa?
    —¡Entonces no digas que lo crees!
    —¡Yo diré todo lo que quiera decir!
    —Bien, bien. Ahora vete en aquella dirección, y yo iré por allí. No tardaremos en dar con él. ¡JOEL! ¿Nos escuchas? ¡JOEEEL!
    Joel, naturalmente, no respondió. Por primera vez en veinte años se alegraba de haber tropezado con la espesa bruma que, comúnmente, tanto detestaba. De otro modo le hubiera sido prácticamente imposible esconderse de aquellos trolls.
    Cuando el primero se aproximó tanto cómo para alcanzar a oler su pestilencia, Joel pegó la cabeza contra la hierba, alcanzado a probar el deplorable sabor de la tierra. Pero valió la pena. Aquellos atípicos seres, carentes de cuello e inteligencia suficiente para mirar arriba o abajo, pasaron de largo. Joel pudo suspirar tranquilo a pesar de que llegaron a pisarle los dedos de una mano.
    —¡De la que me he librado! —musitó para sí.
    Luego, el difunto se tumbó allí mismo, sobre la hierba putrefacta. Siempre y cuando no armara mucho alboroto aquel era un lugar tan bueno como cualquier otro para meditar. Además, si su limitada inteligencia les obligaba a regresar, tendría la oportunidad de esconderse entre las numerosas criptas que lo rodeaban. Con un poco de suerte se las apañaría para ocultarse de sus vecinos durante todo el día y, entonces, su pesadilla habría concluido para siempre, ¿verdad que sí?
    Lo ignoraba. Pero intuía que a Madre Tiempo (quién iría en su busca en sólo unos minutos) no se le podía burlar tan fácilmente.
    ¡Debería pensar en otra estrategia!
    A su alrededor, la espesa bruma que se extendía hasta los confines más alejados de su mundo, asemejando un mar de boira, era sutilmente acariciada por los matutinos rayos de luz de Luna. De tanto en cuando, Joel alcanzaba a oír el graznido de los cuervos y, si se detenía a escuchar, incluso era perfectamente capaz de percibir cómo, en el interior de su pecho, nada se movía. Pero a pesar de lo apacible que se presentaba la mañana, Joel emitió un bufido. En la aldea todos daban por sentado que aquel cinco de Agosto debía de ser uno de sus días más felices (¡De esos dignos de anotar en un diario con orgullo! —repetían), y estaban ansiosos por celebrarlo; él, por el contrario, no se sentía en lo absoluto afortunado. ¡Deseaba mandarlos a todos a tomar viento!
    Se llevó las manos detrás de la cabeza a fin de estar más cómodo sobre el terreno, y cerró la endeble telilla de piel que aun caía sobre las cuencas vacías de sus ojos a modo de primitivos párpados. Cinco de agosto. Se trataba nada menos que de su vigésimo cumpleaños de muerte, e iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para conservar su valiosa "decena" tanto como le fuera posible. Incluso estaba dispuesto a pelear (aunque antes probaría suerte con técnicas más pacificas, como esconderse un rato, que a parte de menos doloroso, se le daba mil veces mejor. A aquellas alturas de la muerte, si se le ocurriera propinar un puñetazo a uno de los monstruosos seres del lugar, lo más probable es que la respuesta de cualquiera de aquellos leviatanes lo hubiera desecho como a un flan estampado contra la pared. Y no, esa no era una idea que le agradara demasiado.)
    —¡Veinte años ya! —dijo en alto, sin acabar de creérselo.
    ¿Cómo era posible que hubiera transcurrido tanto tiempo?
    "Todos los dedos de mi cuerpo suman veinte."
    Aun podía recordar como si fuera ayer el momento de su muerte, aunque no era de esa clase de memorias que uno guarda en la sección de: acontecimientos felices. Por esa misma razón, Joel apretó aun más los párpados, tratando de apagar el volumen de sus pensamientos, que le repetían con cruel morbosidad aquello que él se esforzaba en olvidar: había cumplido la friolera de dos décadas de muerte, veinte años vagando en el "más allá", y debería despedirse de su querida "decena" en una ceremonia.
    La primera década transcurrió sin pena ni gloria, muy similar a la de tantos otros difuntos en vida: añorando el tacto de los rayos del sol sobre la piel, el olor del pan recién horneado, e incluso tratando de evitar a toda costa a los terribles "Gorila-hueso", unas voraces criaturas siempre dispuestas a volver a saborear la carne putrefacta. Pero se había adaptado rápido a la vida en el mundo de los muertos. Mucha oscuridad, ordinaria neblina y poca gente interesante con la cual conversar (la mayoría caminaban de un lado a otro como espectros sin neuronas, buscando un lugar en el cual precipitarse). A fin de cuentas, no había tantas diferencias con la discoteca de su barrio.
    La segunda década, por el contrario, no fue tan afortunada como le hubiera gustado. Conseguir un buen piso en el "más allá" era algo complicado, y hasta en el mundo de los muertos las hipotecas eran vitalicias. Pero la cosa no se torció de verdad hasta el último lustro, cuando comenzó a notar los síntomas de la podredumbre en su carne y, en especial, aquella última semana, al darse cuenta con horror que pronto fallecerían sus amigos y parientes del mundo de los vivos, y volvería a reencontrarse con ellos.
    ¡Menuda pesadilla!
    "No pienses en eso, no pienses en eso —se repitió, tratando de concienciarse—. Ni se te ocurra volver a pasar esa idea por mi mente."
    Se rascó la nariz y descubrió con desagrado que parecía aun más grumosa que aquella mañana, cuando al sonarse los "no mocos" se le había desprendido un pedazo de carne tan negra como la noche.
    "A este paso me caeré a pedazos antes de los treinta."
    Y volvió a suspirar, entristecido.
    Joel abrió los párpados un instante a fin de comprobar que aquellos trolls ya se hubieran perdido de vista, cuando ahogó un grito de espanto...
    En pie junto a él, mirándolo con una evidente sonrisa burlona, encontró la figura de una joven difunta. No obstante, aquello de joven era tan sólo un decir pues, si bien la muchacha había fallecido cuando aun era una adolescente y conservaba aquel característico rostro de carrillos abultados y nariz de payaso, había pasado tantas décadas en el "más allá" que, ahora, la mitad de su cuerpo se había podrido. Alcanzaba a verle las costillas, e incluso tenía costuras en brazos y piernas a fin de reforzar sus articulaciones e impedir que se cayera a pedazos. Su larga melena era, ahora, tan oscura como el eterno infinito, y estaba poblada por una exagerada cantidad de arácnidos.
    Joel tragó saliva. Luego, tras pensar muy bien sus palabras, dijo con apenas un susurro, por si había más difuntos en los alrededores:
    —No irás a delatarme, ¿verdad?
    La muchacha seguía sonriendo.
    —Eso sería inmensamente divertido —dijo.
    —Para ti sí. Para mí, en cambio, no tanto.
    —Puedes estar tranquilo, no hay nadie más por los alrededores. Por alguna circunstancia todos insisten en que te has caído al pozo, y tratan de drenarlo. "Alguien" ha rumoreado que no hay otra explicación para tu repentina desaparición.
    —¿"Alguien"? ¿Quién? —indagó Joel, a quien le resultaba muy sospechoso aquella afirmación. Por lo general, los difuntos no tenían suficiente imaginación para dibujar una pelota, mucho menos para dejar caer un rumor.
    La muchacha no respondió a su pregunta.
    Más calmado (aunque con el miedo en el cuerpo) Joel decidió que era prudente incorporarse. No obstante lo hizo con movimientos lentos y mirando en distintas direcciones, por si la joven no estaba siendo sincera. Por fortuna, no mentía.
    —¿Cómo me has encontrado, Flor? —preguntó entonces con curiosidad. Apenas había hablado en un par de ocasiones con aquella muchacha, pero la conocía lo suficiente como para intuir que no era tan inocente como hacía creer a todos.
    Flor alzó la mirada hacia el árbol fosilizado, como haciéndose la despistada y, tras unos titubeos, respondió con sinceridad:
    —He imaginado que estarías aquí.
    —No te creo.
    —Nadie te obliga a creerme, pero el asunto es que te he encontrado, ¿no? ¿Y si te dijera que te he visto en un sueño? ¿Me creerías entonces?
    —Creo que pensaría que estás loca de remate.
    —Y seguramente lograrías abochornarme —comentó Flor con una sonrisa, ligeramente azorada—. Nunca se me ha dado bien aceptar los piropos.
    Más calmado, Joel se cruzó de brazos a fin de cambiar su imagen de: "chico asustado esperando no ser descubierto", a la de: "no me busques las cosquillas, que me encuentras". En cambio, Flor no pareció sentirse intimidada en ningún sentido. Lo miraba directamente a las cuencas de sus ojos, con aquella negrura tan absoluta que Joel llegó a sentir algo semejante a lo que en vida era un escalofrío.
    Finalmente, ella se animó a musitar:
    —Mmm, ¿por qué será que te escondes aquí?
   —¿Acaso no puedes averiguarlo en uno de tus sueños? —preguntó él, con cierto cinismo—. Evidentemente este es uno de los mejores lugares para ocultarse. Supongo que eres una de las pocas difuntas de por aquí que conserva el suficiente tejido cerebral como para darse cuenta, y por eso me has encontrado.
    —Vaya, no pensaba que hoy iban a piropearme tanto. Y he de admitir que es una teoría muy interesante —rió Flor—, pero realmente te he visto en un sueño. No me lo he inventado. No obstante, cuando te he preguntado porqué te escondes aquí, la respuesta que esperaba oír era la del auténtico motivo de porqué has decido ocultarte, no porqué has escogido este lugar en concreto (que por cierto, puedo pensar en decenas de lugares más apropiados para evitar ser descubierto, empezando por las cloacas.)
    Joel volvió a emitir un sonoro bufido. Jamás lo hubiera admitido, pero se sentía ligeramente humillado "¿Cloacas? ¿Por qué no se le habrá ocurrido? —pensó." ¡Ni siquiera sabía que existieran en aquel "más allá"!
    —¿Que por qué me escondo? —preguntó Joel instantes después, sin dignarse a mirar a la chica a sus cuencas—. ¿Acaso no es evidente?
    —Quiero que me lo cuentes.
    —¿Y si decido no hacerlo?
    —Gritaré, y todos vendrán a buscarte.
    Joel miró a Flor con el ceño fruncido, y enseguida se percató de que la advertencia de la muchacha no eran ningún farol. Estaba dispuesta a delatarlo si no obtenía lo que había ido a buscar. ¿Pero qué era aquello que intentaba conseguir? ¿Divertirse a su costa, tal vez? Viniendo de alguien como Flor, no le sorprendería en lo más mínimo. Así pues, Joel no vio mas opción que suspirar y, acto seguido, murmurar:
    —No tengo intención de asistir.
    —¿Al funeral de tu "decena"?
    —Claro, ¿a dónde si no?
    —¿Y por qué no quieres ir? Todos en la aldea están muy emocionados. Un funeral de la decena no es algo que se celebre todos los días.
    —Por supuesto que no, sólo lo hacen dos veces al mes. ¿Acaso no tienen suficiente? ¿Por qué tengo que ser yo hoy el de hoy?
    —Porque, si no tengo mal entendido, el cinco de Agosto fue el día que falleciste y llegaste aquí, junto a todos nosotros. Si el funeral lo celebráramos el día seis o siete no sería lo mismo —explicó de forma elocuente.
    La respuesta, en cambio, no lo convenció.
    —Por cierto... —agregó Flor, que parecía muy curiosa—, eso es algo que nunca he escuchado. ¿Cómo falleciste? Cuéntamelo.
    —No tengo ganas de hablar de eso.
    —¿Después de veinte años no tienes ganas?
    —¿Acaso tú responderías tan fácilmente esa misma pregunta, Flor? —inquirió Joel, quién se mostró (sin desearlo) un tanto maleducado.
    Ella asintió con energía.
    —Lo haría gustosa, pero no puedo.
    —¡Bah! una excusa como cualquier otra.
    —No, es la pura verdad. No puedo responderte cómo fallecí porque no lo sé. Un día como otro cualquiera yo me metí a dormir y, al despertar, me encontré aquí. No tengo la menor idea de cómo ocurrió. Tal vez alguien se dejara el gas abierto en mi casa, o puede que un asesino me acuchillara mientras dormía. No tengo modo de saberlo. Hace ya mucho que morí, pero sigo esperando con impaciencia a que fallezca alguno de mis padres, para que pueda contarme la historia.
    Joel no pudo dar crédito a lo que escuchaban sus oídos, y lo achacó a que hacía algunos meses había perdido las orejas. ¡¿Cómo podía ser tan sincera aquella chica?! No era algo a lo que estuviera muy acostumbrado.
    —¿Tienes ganas de que mueran tus padres? —dudó.
    —Me da un poco de vergüenza, porque sé que después de tanto tiempo ya no me reconocerán... Pero sí, he de admitir que tengo ganas. Es como si hubieras comenzado a leer el mejor libro de misterio de tu muerte, narrando tu propio asesinato y, justo antes de acabar de leerlo, alguien te lo arrebatara durante unas cuantas décadas. ¿Tú no estarías deseoso de saber quién fue el asesino? Yo no tenía mayordomo en casa, así que en este caso el tópico no se cumplirá. Estoy muy impaciente.
    —Me das miedo —confesó Joel.
    —Por el tiempo que ha pasado, calculo que alguno de mis padres tiene que estar al llegar —continuó explicando Flor, como si estuviera ansiosa por narrarle aquella historia a alguien—. Y recordando los guisos que preparaba mi madre, calculo que el primero en aparecer por estos lares será mi querido papá. Tengo ganas de darle un beso. He tratado de conservar mis labios tanto como he podido, peor ayer mismo se me desprendió el inferior, y no lo he vuelto a ver. Probablemente algún difunto se lo haya comido.
    Joel no alcanzó a salir de su asombro.
    —¿Y tú? —preguntó Flor, instantes después. Ahora que había roto el hielo dio unos pasitos en dirección a él, con intención de mirarlo desde más cerca. Joel llegó a sentirse inquieto—. ¿Cómo llegaste aquí? Yo te he contado mi historia, razón por la cual ya no puedes negarte a narrarme la tuya, Joel.
    —Morí atropellado —se limitó a decir él.
    —¿Atropellado? ¡Pff! ¿Y por qué será que no me sorprende? Había imaginado que tú serías más listo. ¡Atropellado! Eso te ocurrió por cruzar la calle sin mirar.
    —Te equivocas —se apresuró a negar Joel, aun cruzado de brazos, y le dio la espalda a la joven para no tener que mirarla mientras le contaba su historia—. Es verdad que morí atropellado, pero sucedió cuando aun me encontraba durmiendo en mi habitación. Un coche que circulaba a toda velocidad no giró a tiempo y se empotró contra la casa de mis padres. Quedé atrapado bajo el motor.
    —¡Ay! Eso debió doler mucho —exclamó ella, atónita. En cambio no parecía en absoluto afectada por la anécdota. Por el contrario, daba la sensación de que estaba muy interesada en conocer más detalles.
    —Tardé cerca de veinte minutos en llegar aquí. No recuerdo haber visto tanta sangre en mi vida. Y lo peor es que el muy tontaina que me atropello no tuvo las narices de fallecer conmigo. Al menos podría haberle dado su merecido una vez aquí.
    —Chico, eso si que es mala suerte —comentó Flor, realmente sorprendida—. Ahora entiendo mejor porqué no quieres asistir a tu funeral de la "decena".
    Joel volvió a girarse hacia ella, extrañamente ilusionado. ¡Era la primera persona en una veintena de años que le decía algo parecido!
    —¿En serio? ¿Tú me entiendes, Flor?
    —¡Claro! Te da vergüenza tener que contar una historia tan idiota ante toda la aldea. Pero no te preocupes, la mayor parte no podrá retenerla en su cabeza más de media hora antes de distraerse con un caracol y olvidarlo todo.
    Joel torció el gesto, apático.
    —No, no tiene nada que ver con eso.
    —¿Entonces, cuál es el motivo?
    El difunto suspiró abatido.
    —No quiero cumplir una veintena.
    —No quieres cumplir una veintena —repitió Flor, como si intentara encontrar en la frase alguna pista de la razón por la cual Joel se estaba tomando tantísimas molestias para perderse su propio funeral de la "decena".
    —No quiero acabar siendo como tú.
    —¿El qué? ¿Una chica?
    —¡NO! ¡Un montón de huesos sin apenas carne!
    Flor levantó las cejas, asombrada.
    —Vaya chico, menuda mañana: dos piropos y un insulto. Me parece a mí que vas perdiendo puntos, y que eso de la empatía no se te da muy bien.
    —No... no quería parecer grosero —trató de excusarse.
    —Tranquilo, no lo has parecido, lo has sido. Pero te perdono.
    —Lo que pretendía decir es que no tengo intenciones de pudrirme —comentó Joel, más calmado, y teniendo especial cuidado para no volver a meter la pata—. Ya son veinte largos años los que llevo muerto, y en poco tiempo la carne dejará de cubrirme el rostro. Se me verá el hueso, se me caerán los músculos por el suelo, y llegará un día en que no seré más que un cráneo vacío con un par de tibias.
    —Entiendo. Tienes la clásica crisis de los veinte.
    —¡¿Cri-cri-crisis?! —se apresuró a repetir Joel, que aquella palabra se le clavó en los oídos como si se la hubieran proyectado con malicia por medio de una cerbatana—. ¡¡Yo no he comentado nada de ninguna "crisis"!!
    —Mira, si te hace sentir mejor yo me ofrezco voluntaria para coserte el primer miembro que se te desprenda. Como habrás podido comprobar al verme, ya tengo algo de práctica —comentó Flor, jocosa—. Espero que se te caiga la mandíbula. Con suerte, un par de puntadas sean suficientes para que comiences a pensar en lo que dices antes de hablar —rió, cada vez más entusiasmada con la idea.
    A Joel, en cambio, no le hizo ninguna gracia. Le dio la espalda a Flor y, sin apenas mover la mandíbula, masculló un tenue:
    —Tu empatía tampoco es una maravilla.
    Después, volvió a cerrar los párpados.
    "Nadie es capaz de entenderlo —pensó."   
    Resultaba increíble. Trascurridos veinte años, Joel todavía podía recordar lo que sintió aquel lejano cinco de Agosto con tanta nitidez como para quitarle el hipo al más valiente. La mayoría de difuntos habían ido perdiendo masa cerebral hasta convertirse en marionetas conforme pasaban los años. Él, en cambio, si se concentraba incluso era capaz de evocar en su mente el olor a café que aquella mañana inundaba su habitación desde la cocina, y el sonido del reloj de su mesilla de noche. Sentía el agradable tacto de las sábanas sobre su entonces piel y, también...
    ¡¡EL RENAULT ENCABRITADO!!
    Se estrelló contra la pared de su habitación con tanto fragor que por unos instantes su corazón se detuvo a causa del sobresalto. Apenas le dio tiempo a reaccionar. Joel sintió un fuerte impacto sobre sus costillas y, al abrir los ojos, descubrió un vehículo hecho añicos que había decidido estacionarse sobre sus entrañas.
    En ocasiones, Joel se había parado a pesar qué habría sido de su familia y amigos a partir de aquel momento. Estaba convencido de que muchas personas a las que conocía incluso habrían llegado a alegrarse de su defunción. ¿Alguien habría llorado durante su funeral? ¿Continuarían pensando en él después de tanto tiempo?
    —Claro que sí... —musitó una voz a su espalda, y de pronto Joel notó unos cálidos brazos que rodearon desde atrás—. Nadie podría olvidarse tan fácilmente de alguien como tú. Además —agregó Flor con aquel particular tono de voz que le caracterizaba—, apuesto a que una muerte como la tuya salió en tooodos los periódicos.
    Joel volvió a torcer el ceño, pero admitía que la muchacha en cuestión comenzaba a hacerle gracia... Aunque su humor no fuera muy corriente.
    Permanecieron unos instantes en silencio.
    Era muy extraño. En veinte años de muerte nadie le había abrazado, y nadie se había preocupado por él. Posiblemente era la razón por la cual se había vuelto tan huraño. Antes de llegar al "más allá" Joel se pasaba el día riendo. Y ahora, por alguna razón, cumplida ya la primera veintena, cuando un difunto comienza a suponer que el resto de su muerte va a ser un descenso en picado hasta convertirse en nada más que unos huesos, y que su masa cerebral se convertirá en gelatina, algo lo animaba a continuar.
    "¿Será tal vez la presencia de Flor? —dudó intranquilo."
    —No tienes ni idea de la cantidad de cosas que te esperan a partir de ahora —le susurró la muchacha al oído—. Al principio da un poco de miedo. Es como subir a una montaña rusa. Pero después todo es diversión.
    —Sigo sin creerte, Flor... —confesó Joel, considerablemente más animado—, pero no se porqué, aun así te haré caso.
    Entonces, uno de los cuervos que sobrevolaba sus cabezas decidió descender y posarse entre la neblina. Picoteaba algo sobre el suelo maltrecho, pero ya no quedaban gusanos que llevarse a la boca. Flor se arrancó un pedacito de carne putrefacta de las cosquillas, y en un acto de compasión, se lo lanzó al ave, que se apresuró a engullirlo.
    Joel contempló las escena en silencio, sin salir de su asombro. A él jamás se le hubiera pasado por la cabeza usar un trozo de su propia carne para alimentar a una de aquellas aves. ¿Qué clase de extraños pensamientos surcaban las neuronas de aquella muchacha remendada? ¿O era tal vez una inteligencia que no alcanzaba a comprender?
    Entonces, otra cosa llamó su atención... A las puertas de la cripta, una figura alta y oculta bajo una oscura túnica los observaba en silencio. No había que ser muy listo para imaginar que se trataba de Madre Tiempo, que había llegado en su busca.
    Flor también se percató de su presencia, pues se incorporó, y musitó:
    —Ya es momento, Joel. Está a punto de comenzar tu celebración.
    —Si, lo sé —comentó sin mucho ánimo. No obstante, comprobó con asombro que ya no se sentía tan mal como hacía media hora, como si hubiera logrado quitarse un peso de encima, y alcanzó a esbozar una sonrisa.
    —Si tienes miedo puedo agarrarte de la mano.
    —¡Yo no tengo miedo! —se apresuró a negar él. Y, de nuevo enfurruñado, Joel se puso en pie de un salto y caminó en dirección a la salida de la cripta, escuchando las jocosas carcajadas de la estrambótica muchacha.


El funeral de la "decena" era un espectáculo siniestro, incomprensible para la mayoría de difuntos recientes. Como su propio nombre indica, se trataba de un funeral, pero no para una persona o un difunto, sino para una "década".
    Joel se situó junto al resto de difuntos, próximo a una gran fosa que había sido cavada en la oscura tierra aquella misma mañana por el enterrador más famoso de la localidad. Era el modo que tenía el alcalde de celebrar la mayoría de festividades: con una fosa del tamaño del Atlántico. A simple vista uno se daba cuenta de que podrían haber enterrado las decenas e incluso centenas de todos los presentes en aquella sepultura sin mayor esfuerzo. ¿Cuánto tiempo habría tardado el enterrador en cavarla? O mejor aun, ¿cuánto tardaría en volver a tapar el hoyo?
    Considerablemente nervioso, Joel miró en derredor. Todos sus conocidos estaban presentes. Incluso Rafael, quién hacía sólo unas semanas había perdido su último músculo. El pobre no era ya mas que una simple calavera parlante que otro de los invitados cargaba entre sus brazos.
    Joel pensó que se ruborizaba al notar la mirada de tantos de sus compañeros; pero en realidad su tez, carente de vasos sanguíneos, continuaba tan gris como de costumbre. Flor le dio un pellizco en el trasero a modo de aviso, y él hizo un esfuerzo y sonrió, dando a entender a los presentes que se alegraba de que estuvieran allí.
    —¡El funeral va a comenzar! —exclamó el alcalde con alegría.
    La mayoría de los presentes abrieron sus paraguas y esperaron a que, al fondo, unos hombrecillos bermellón apuntaran al cielo con una manguera muy potente. Pues, como en todo funeral que se precie, era necesario un poco de lluvia. Joel no llevaba paraguas, y se empapó de la cabeza a los pies. En parte, la inesperada ducha fría le ayudó a relajarse. Luego, aun bajo el aguacero, el alcalde se aclaró la garganta y pronunció unas palabras, en presencia de Madre Tiempo.
    —¡Difuntos y fallecidas! —comenzó a decir en alto.
    Madre Tiempo permanecía frente a Joel, observándolo fijamente a las cuencas vacías. La sensación era inquietante, y con razón; nadie sabía exactamente qué se escondía bajo aquella oscura túnica. Llegado el momento, cuando el alcalde terminó su discurso (y aprovechó para pedir su reelección en las próximas elecciones municipales), Madre Tiempo se aproximó a Joel y pronunció:
    —Entrégame tu decena.

    —¿Co-co-como? —dudó él, aterrorizado.
    Madre tiempo alargó una gélida mano. ¿Que hizo exactamente detrás de su cabeza? Imposible saberlo, pero la expresión que Joel encontró en el rostro de los asistentes fue de verdadera repugnancia, como quien presencia una violenta amputación. El dolor estubo a la altura de las circunstancias, ya que fue desgarrador. Por fortuna, apenas duró un parpadeo.

   Después, indudablemente perturbado, Joel comprobó con sorpresa que algo había cambiado. ¿Qué había sido de los recuerdos de su muerte? Podía rememorarlos, pero... ¿Por qué ya no le causaban la misma sensación? ¿Tenía algo que ver con su decena?
    —Tu decena ya ha pasado —dijo Madre Tiempo—. Es algo que nunca más podrás recuperar. Pero como todo lo que muere, es rápidamente sustituido, y ahora guardas en tu interior una veintena. Cuídala bien, y préstale atención, o de lo contrario antes de que te des cuenta volverás a despedirte de ella.
    Luego, Madre Tiempo cerró el puño sin mostrarle aquello que había extraído de la parte trasera de su cabeza. Joel tenía curiosidad en verlo. Después de todo el miedo que había pasado, y del siniestro espectáculo del funeral, era lo menos que podía pedir. Aunque probablemente hubiera sido mejor no satisfacer su curiosidad en aquel caso. Cuando Madre Tiempo se alejó y lanzó sobre la tierra batida de la fosa aquello que había extraído de la parte trasera de su cabeza, y el chico, curioso, se aproximó a mirar, creyó morir...
    ¡Era su decena! ¡LITERALMENTE!
    Sintió arcadas, como quien contempla sus propias vísceras. Apartó la vista y se llevó las manos a la boca en un esfuerzo por no vomitar, olvidando que le hubiera sido imposible hacerlo. Salvo unos pocos, entre los que se incluía Flor, el resto de espectadores de la ceremonia evitaron el disgusto de mirar directamente.
    Acto seguido, el enterrador agarró su pala y comenzó a lanzar tierra sobre el agujero cavado horas antes, al tiempo que el alcalde volvía a aclararse la garganta para continuar con su discurso, alegre, tratando de no desviar la mirada hacia el interior de la fosa para satisfacer su morbosa curiosidad:
    —Bien, damos por finalizado el funeral de la decena de nuestro amigo Joel —dijo, frotándose las manos—. Vosotros, podéis cerrar ya el grifo. Y en lo que respecta a los espectadores, espero que lo hayáis disfrutado. En cuanto a ti, muchacho, recuerda que le has dicho adiós a tu decena, y ahora posees una veintena. No sólo significa que tendrás que dejar de escribir tu edad con un uno delante, sino que tienes que tener en mente ser consciente de tus actos tanto como te sea posible, ¿te ha quedado claro?
    Joel, casi sin fuerzas, asintió. Estaba mareado, y sólo la presencia de Flor, aun a su lado, le ayudó a reunir las fuerzas necesarias para no precipitarse al suelo.


Algunas horas más tarde Joel pudo volver a sonreír, en parte gracias a Flor. Prácticamente había olvidado la dantesca imagen de su decena tirada sobre unos grupos de tierra oscura, y ahora, en compañía de su nueva veintena, descubrió que no se sentía tan mal como había imaginado.
    La muchacha parecía muy interesada en averiguar cual sería su forma de vida una vez alcanzada su veintena. Se suponía que muchas cosas iban a cambiar en su vida, y estaba interesada en conocer los planes que había hecho. Pero la realidad es que Joel no tenía la menor idea de qué iba a ser de él a partir de aquel día.
    Cuando llegaron de nuevo a la cripta, donde había comenzado su curiosa amistad aquella misma mañana, Joel volvió a dejarse caer bajo las retorcidas ramas del árbol fosilizado, con la vista fija en la Luna, en silencio.
    Minutos más tarde esbozó una sonrisa, y musitó:
    —En una ocasión, aun en vida, una persona me dijo algo que aun no he logrado olvidar... "El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad."
    Flor lo miró a las cuencas, y se apresuró a preguntar:
    —¿Quién te dijo eso?
    —Ya no lo recuerdo.
    —¿Y qué quiere decir?
    —Tampoco estoy muy seguro —confesó, tras lo cual volvió a mirar a la muchacha a sus cuencas vacías, y musitó—. Pero ahora tengo toda otra década antes de enterrar mi veintena para averiguarlo, y apuesto a que tú me ayudarás.



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